El Crucero por el Atlántico hace escala en la isla de Madeira, concretamente en su capital, FUNCHAL, el 13 de diciembre de 2008.
La llegada es a las 7 de la mañana y todavía no ha salido el sol. Se ve la isla a lo lejos desde la terraza del camarote y parece un belén de navidad. Todo son lucecitas desde el nivel del mar hasta lo alto de las montañas que se adivinan.
Cuando amanece puede disfrutarse de una vista espectacular Se trata de una isla montañosa y llena de casitas bajas, no se ven edificios altos. Luego la guia de la excursión nos explicará que solamente un 25 % de la isla está construido, lo demás es verde y patrimonio de la Humanidad.
Hasta las 9 no sale una excursión que hemos contratado, por lo que nos da tiempo de hacer un montón de fotos desde la terraza del camarote y desde el puente de cubierta.
Es impresionante el paisaje que se ve desde la altura por la que va desplazándose el autobús. Es una buena prueba para mi vértigo. Además las carreteras son muy estrechas, aunque bien asfaltadas. Luego, al regreso, vamos por unas vias modernas y túneles.
El autobús para en un alto y llegamos al pico de Torre, desde donde vemos un bonito y exhuberante paisaje.
Seguimos subiendo por esas estrechas carreteras y llegamos al Cabo Girao, el segundo más alto de Europa, con más de 500 metros de altitud. Allí mismo hay un balcón para asomarse y da verdadero vértigo hacerlo.
El paisaje es increiblemente bello, las montañas altas y verdes, casitas en las laderas, terrazas y terrazas cultivadas de plataneros y vid, además de una cantidad inmensa de flores exóticas de potentes colores.
Acabamos la excursión en la Ribeira Brava, zona turística sobre el mar Atlántico. Es un pueblecito con su iglesia, tranquilas calles y un largo paseo bordeando el mar.Está llenita de puestos turísticos donde se puede comprar souvenirs.
De regreso a la capital, Funchal, vemos sobre todo calles peatonales, muchos árboles, hoteles, y lugares de ocio. Se ve una ciudad tranquila, cuyos habitantes viven sobre todo del turismo y la agricultura.
Nos cuenta la guia que apenas hay inmigración, que los propios dueños de las tierras las cultivan ellos mismos. Lo que si hay es emigración: medio millón de personas (más de los que habitan la isla) viven en Sudáfrica y Venezuela. Por eso hay aquí muchas casas vacías de gente de aquí que vive fuera y vuelve solamente una vez al año.
Volvemos a comer al barco y, de nuevo, desde el camarote, repasamos la ciudad que podemos ver ayudándonos de los prismáticos: puerto deportivo, cerca la sencilla catedral, el funicular, paseos verdes y, al fondo, las altísimas y verdes montañas.
Al abandonar el puerto, disfrutamos del espectáculo que nos ofrece la isla al atardecer, con un cielo tornándose de todos los colores mientras el puerto se ve lleno de gente practicando deportes naúticos y las gaviotas divirtiéndose a tope. Un espectáculo maravilloso. MADEIRA es una isla de ensueño.
Todo el día siguiente es de navegación y de regreso a España para desembarcar en Málaga.
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