domingo, 15 de enero de 2012

COLOMBIA


COLOMBIA

He estado en Colombia solamente en una ocasión. Fue con motivo de la celebración del I Seminario de Psicología, Enfermedades Crónicas y Multidisciplinaridad, a celebrar los días 13, 14 y 15 de noviembre de 1997, por la Universidad cooperativa de Colombia, en la ciudad de Neiva.

Me habían invitado a participar para dar dos conferencias sobre mis experiencias con enfermos de Parkinson. Pero no fue porque yo fuera conocida internacionalmente por mi trabajo sino porque organizando las jornadas se encontraba mi amiga cubana y prestigiosa psicóloga Marta Martín.

El viaje lo iniciaba en La Habana porque allí se encontraba de vacaciones Marta y desde allí saldría con ella hasta la capital de Colombia, Bogotá, para tomar al día siguiente un vuelo interior que nos llevaría a Neiva, lugar del evento. Me acompañaban en el viaje a Cuba mis grandes amigos José Ten y Fernando Idáñez.

Los días que estuvimos en Cuba ya los describo en el capítulo dedicado a este entrañable país, por lo que aquí paso directamente a narrar el viaje a partir de la llegada desde La Habana al aeropuerto de Bogotá.

BOGOTÁ

La capital del país, es una gran metrópoli de más de 5 millones de habitantes. moderna y situada a gran altura (2600 m. sobre el nivel del mar), siendo la tercera capital más alta después de la Paz (Bolivia) y Quito (Ecuador).

Salimos del aeropuerto a toda prisa Marta, el Director del Hospital Salvador Allende, en donde ella trabajaba en La Habana, Fernando (Jose había decidido quedarse en Cuba) y yo. La prisa era porque Marta decía que atracaban a mucha gente en la misma puerta del aeropuerto y que ésta era una ciudad peligrosísima. Así pues, íbamos como en patinete y sin mirar a nadie; a mi me parecía una exageración pero iba corriendo también, casi sin aliento.

Nos dirigimos a coger un taxi para llegar al hotel que nos pagaba la Universidad de Neiva como invitadas que éramos a las Jornadas y puesto que no había vuelo a esa ciudad hasta el día siguiente.

Después de cenar salimos a dar una pequeña vuelta por los alrededores del hotel, cuyo nombre no recuerdo porque en esos años no recogía información de los lugares que visitaba y no hacía apenas ni fotos. Recuerdo que hacía mucho frío y que regresamos enseguida al hotel.

A la mañana siguiente volvimos a trasladarnos al aeropuerto para tomar un vuelo interior que nos llevara a Neiva. El avión que tomamos era de hélices (yo no había volado nunca en un tipo así de aparato) y todo el viaje (menos mal que fue corto) era como ir subida en un autobús que atravesaba una carretera toda llena de baches. Pensé que no llegaríamos a nuestro destino. Pero llegamos.

NEIVA, capital del Departamento de Huila.

El aeropuerto era muy pequeño y no tuvimos que pasar ningun tipo de registro. A mi me recordó una terminal de autobuses cualquiera de una ciudad pequeña.

Vinieron a recogernos de parte de la Universidad y nos llevaron a nuestros alojamientos. Teníamos reservadas habitaciones en un hotel muy agradable del centro de la ciudad pero yo prefería quedarme en el apartamento que tenía alquilado mi amiga.

Neiva es una ciudad pequeña con poco más de medio millón de habitantes. Se halla, como Bogotá, situada en los Andes y regada por varios ríos (Magdalena, Ceiba y Tono) que le dan frescor y mucha tierra fértil.

El apartamento que tenía Marta era una miniatura. Estaba compuesto de un pequeño espacio que disponía de una minicocina y mesa pero que no podía dársele el nombre de comedor ni cuarto de estar. Se comunicaba (sin puerta) con otro pequeño espacio donde cabía una colchoneta en el suelo, que era donde íbamos a dormir. El cuarto de baño era un reducto en el que apenas encontrabas lo imprescindible.

El apartamento era muy modesto, como se desprende de lo que cuento, pero no por eso era barato. Recuerdo que el precio que me dijo Marta que pagaba era al cambio el mismo que se pagaba aquí por un piso con sus habitaciones y todas las comodidades, mientras que allí no tenía ninguna (ni sofá, ni TV, ni electrodomésticos). Pero eso sí, se encontraba dentro de un recinto cerrado y con vigilancia las 24 horas del día.

No importaba la falta de comodidades porque a este cuarto vendríamos solamente a dormir ya que hacíamos toda la vida fuera, entre la universidad, visitas a casa de los profesores, excursiones y paseos por la ciudad, comiendo su rica comida y tomando sus espectaculares zumos de todas las frutas más exóticas que se pueda imaginar.

Tengo recuerdos magníficos de los días que pasé en Neiva. La gente era muy amable conmigo y me tenían en gran consideración. Me hicieron unas cuantas entrevistas para la televisión local y para los periódicos y otros medios de comunicación. Los estudiantes me asaltaban por los pasillos y me hacían preguntas de todo tipo, tanto de psicología como de España, pero sobre todo me preguntaban sobre mi opinión respecto a su ciudad y sus gentes. Yo no podía decir nada aparte de lo bien tratada que me sentía y lo amables que eran todos conmigo.

Todo el profesorado nos acogió también de manera muy cordial. Nos invitaban a a sus casas. Eran sencillas y nada que ver (como tampoco su sueldo) con la casa que puede tener un profesor universitario de aquí. Recuerdo una fiesta que nos brindaron un día en una de estas casas en donde lo pasé muy bien bailando cumbia con esta gente que bailaba como verdaderos profesionales, uno de los mejores era el Decano.

El Rector de la Universidad fue muy amable con todos los invitados participantes del evento. Nos invitó a una comida pantagruélica en el mejor restaurante de la ciudad; nos recibió en su despacho y nos ofreció un montón de regalos (todavía conservo el grupo de figuritas de barro de los músicos de la banda de la Universidad y un libro de García Marquez “Noticia de un secuestro” dedicado con mucho afecto) y organizó una fiesta de clausura del Seminario con bailes regionales que terminó en un baile multitudinario en donde participó todo el mundo “desmelenándose” (hasta los profesores más aburridos bailaron como posesos).

Con respecto a la parte científica tengo que decir que fue un éxito y que se presentaron trabajos interesantes. La psicóloga chilena, Marcela Lechuga, dio una conferencia sobre la ayuda al moribundo que fue antológica. Yo, por mi parte, presenté mi experiencia con los enfermos de parkinson impartiendo dos conferencias que no fueron de lo mejor del evento pero tampoco de lo peor. Pero la mejor conferencia, si no en el plano científico sí en el más humano, sin duda fue la que impartió nuestro amigo Fernando Idañez. Habló como enfermero que es de profesión pero, sobre todo, habló como paciente en este caso por haber sufrido un cáncer que ya ha superado pero que, en esas fechas, era un evento que provocaba en él profundos y dolorosos sentimientos. Pero su presentación fue tan inteligente, tan sutíl y llena de humor, que todo el auditorio le escuchó absorto hasta el final, aplaudiendo de pie durante varios minutos.

Por otra parte, aunque la universidad no era lujosa sí disponía de medios tecnológicos y todas las conferencias se entregaron a los participantes en formato digital. Y con respecto al tema económico, cumplieron plenamente con lo estipulado y yo recibí un abono con el que se me pagaba de sobra el viaje y la estancia en Colombia. Era la primera vez que yo viajaba con todos los gastos pagados.

Excursiones : hicimos varias por los alrededores, invitados por los profesores y si no hicimos más (al desierto, a la selva, a visitar los restos arqueológicos de San Agustin) fue porque no quisimos nosotros tanto movimiento, cosa de la que ahora me arrepiento.

Fuimos un día a visitar el parque nacional que era un lugar paridisíaco. El río era inmenso y allí subí por primera vez en una moto acuática que viajaba a gran velocidad, conducida por una de las profesoras, y que me permitió admirar paisajes maravillosos con los Andes de fondo en el horizonte. Fue una experiencia única. Al anocher cenamos en unas plataformas sobre el agua, donde escuchábamos música y podíamos charlar bajo la débil iluminación de velas estratégicamente colocadas.

Cerca de allí pudimos visitar diferentes pueblecitos, como Yaguará, en donde entramos a una pequeña iglesia muy sencilla y muy blanca, con muy poca ornamentación y muy diferente a las iglesias de aquí.

Otra excursión que recuerdo con especial cariño es la que hicimos a unas Termas que había a la salida de Neiva. Fuimos por la noche y recuerdo ese lugar como un espacio misterioso, seguramente provocado por los rumores que había de que allí bajaban a veces a darse un baño los guerrilleros que se escondían por esas montañas.

Pero lo que recuerdo con especial emoción es la visita que hicimos a una comunidad asentada en las afueras de Neiva. Alli vivía gente en la más absoluta miseria. Eran personas que habían sido “desplazadas por la violencia” como allí se conoce a los que han tenido que abandonar sus casas a causa del conflicto armado que vive Colombia desde hace más de 50 años, por los enfrentamientos entre militares, paramilitares y la guerrilla.

Comunidades de Villamagdalena y Comuna 9

La oportunidad de conocer esta realidad nos la brindó una de las profesoras de la Universidad especialmente sensibilizada con este problema. Pero me advirtió que debíamos ir acompañados por alguien que nos guiara por ese lugar porque de lo contrario podría ser peligroso.

El guía que nos acompañó resultó ser un antiguo sicario metido ahora a voluntario solidario, una especie de sacerdote pero que no pertenecía a ninguna orden religiosa. Era un hombre joven, un poco misterioso. Del hecho de que hubiera sido sicario nos enteramos cuando ya había finalizado la visita a la comuna y después de habernos perdido por el monte. Pasamos un buen susto hasta que pudimos ver a lo lejos las luces de la ciudad.

La visita a este lugar fue impactante para mí. Yo tenía idea de lo que significaba “desplazado por la violencia” y quería conocer de cerca esta realidad para mostrarla aquí e intentar conseguir algun tipo de ayuda mediante proyectos de desarrollo que pudieran paliar tanta miseria.

El lugar estaba habitado por más de 5000 personas sin ningun tipo de protección social y formando una especie de gueto del que no podían salir. No había ni escuela ni alcantarillado y las casas eran chabolas con techos de uralita o de cualquier otra cosa que yo no supe identificar. Por supuesto sin electricidad ni agua corriente.

Los niños iban por ahí, sin nada que hacer y abandonados a su suerte. Algunos ya adolescentes se bañaban en el río Magdalena pero había algo que me llamó poderosamente la atención: se tiraban desde la cima de un acantilado de altura considerable. Cuando tocaban agua había un regocijo general pero a mi se me encogió el corazón porque el peligro que rodeaba ese espectáculo era evidente.

Seguimos nuestro recorrido con el cura-sicario y escuchamos voces y gritos : uno de los muchachos que se tiraban desde lo alto del acantilado se había matado en el intento y el rio se llevaba su cuerpo por la corriente sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo.

Ese hecho me dejó helada porque yo no concebía que pudiera morir un adolescente de una forma tan estúpida y sin que se tomara como una gran tragedia y apareciera por allí una ambulancia, equipos de rescate, yo que se…el caso es que se mató ante una total indiferencia. Yo ya no pude ver nada más porque mis ojos estaban tan llenos de lágrimas que ya no podía enterarme de nada.

Después supe que muchos niños y niñas desaparecían de la comuna, raptados para la prostitución o para el comercio de órganos. Una cosa es saberlo en teoría y otra es ver a los protagonistas tan cerca de ti y tan cariñosos, mostrándote sus pequeñas pertenencias como si fuera un tesoro. Algunos niños pequeños permanecían en sus cunas fuera de las casas y bajo montañas de tierra y basura que podía caérseles encima como consecuencia de lluvias torrenciales, fenómeno atmosférico bastante normal en estos lugares.

Conocimos a uno de los líderes de la comuna, Napoleón se llamaba. Quedé con él en que me enviaría microproyectos para ver si yo podía conseguir financiación. Ya había algunos en marcha gracias al cura-sicario.

Terminó la visita, como dije antes, perdiéndonos por el monte pero finalmente encontrando la ciudad.

Esta visita fue una experiencia traumática para mí y quise transformarla en un proyecto que yo pudiera llevar a cabo para mejorar la vida de estas personas.

La profesora que nos había acompañado me llevó a revelar el carrete de fotos que hice para poder presentar junto a los proyectos que me enviaran desde la comuna.

Después, ya en Valencia, la realidad fue muy distinta a lo esperado porque no pude conseguir que saliera adelante ninguno de los proyectos que me enviaron en un gran paquete. Yo les escribí dándoles información del tipo de proyectos que podíamos presentar en las convocatorias de aquí pero ya no obtuve más respuestas y sí algunas informaciones contradictorias sobre que el cura-sicario les había cobrado por cada proyecto que a mí me habían enviado. Estas informaciones me dejaron completamente bloqueada y ya no supe más de nadie de allá, sintiéndome yo absolutamente inútil y frustrada.

Regresamos a La Habana desde Bogotá después de haber pasado un incidente en el aeropuerto bastante desagradable pues nos registraron hasta con perros policía y cachearon haciéndonos sentir como auténticos delincuentes. Fue un respiro poder coger el avión que nos devolvió a Cuba.

No puedo hablar de una única emoción concreta en Colombia porque fueron muchas y muy contradictorias. Por una parte la belleza del país y la amabilidad de toda la gente que allí me recibió. Por otra parte la gran satisfacción profesional de impartir mis dos conferencias con éxito. Y frente a estas dos emociones positivas, tengo siempre presente la vida inhumana de tanta gente en la Comuna 9, en esas condiciones de miseria; aquel muchacho muerto ante tanta indiferencia, la vida sin futuro de tantos niños y niñas; y mi incapacidad para conseguir alguna ayuda que paliara esa situación de injusto sufrimiento.------------------------------------------------------------------------------



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