domingo, 1 de enero de 2012

ALEMANIA-Berlín. Tercer viaje




Tercer viaje

Esta vez el motivo del viaje era visitar en Berlín a unos amigos que estaban viviendo en la ciudad universitaria disfrutando de una beca. El viaje lo hicimos en octubre de 2009.

Salimos en coche de Valencia a Madrid y lo dejamos en el parking de larga estancia que se encuentra al lado de Barajas. Allí teníamos que coger el avión hasta Zurich (volábamos con Swiss Air) y de allí otro vuelo hasta Berlín. En fín, todo el día de viaje porque, aunque no hubo retrasos en los vuelos, salíamos de Valencia a las 8 de la mañana y llegábamos a Berlín sobre las 10 de la noche.

No obstante los vuelos fueron tranquilos y llegaron todas las maletas (cosa que no siempre ocurre). El único incidente lo tuvimos en el aeropuerto de Zurich, en donde nos informaron mal sobre el pasillo a tomar para hacer la conexión y el grupo se dividió en dos. Menos mal que existen los teléfonos móviles. Gracias a ellos nos reencontramos sin problemas.

BERLÍN

Cuando llegamos al Hotel Winter´s, donde teníamos reservadas habitaciones, nos encontramos con la agradable sorpresa de que no había ninguna libre y nos asignaron apartamentos en el mismo complejo hotelero. Los apartamentos no eran lujosos pero estaban equipados con su cocina, microondas e incluso una habitación más. Por otra parte, desde el gran ventanal, podíamos ver un frondoso bosque.

Al día siguiente, aprovechamos todo el tiempo de luz y tuvimos la suerte de que hiciera buen día. Fue el único porque el resto de los días llovió bastante de forma intermitente y los paseos no quedaban muy lucidos.

Ya los alrededores del hotel eran magníficos, un bosque, con caminos asfaltados para la gente que deseaba correr, puntos de juegos de niños y casitas con jardines y flores por todas partes.

Este primer día fuimos en metro hasta la estación en donde nos esperaba la pareja a la que íbamos a visitar y nos condujeron caminando hasta el Instituto Max Planck, en donde vivían.

Toda la zona era preciosa, con casas acogedoras y jardines frondosos. El instituto donde se hallaba su apartamento era un remanso de tranquilidad con unos contrastes de colores entre los edificios y los diferentes tonos de verdes, rojos y ocres de la vegetación.

Después de visitar el apartamento, en silencio porque así lo requería el lugar, nos marchamos hacia el Jardín Botánico. Muy cuidado y con rincones preciosos como para pasar allí el día completo, solamente pudimos hacer un corto paseo y llegar hasta el gran invernadero. No nos dio tiempo de llegar al lugar en donde están los nenúfares gigantes y las plantas carnívoras por las que sentíamos cierta curiosidad.

Saliendo del Jardín, fuimos paseando por espléndidos paseos llenos de castaños y avellanos, con estos frutos secos tirados por los suelos junto a millones de hojas de color marrón y ocre haciendo de alfombra. En algunos jardines de las casas, se veían grandes cajas llenas de castañas, junto a gigantescas hortensias y otras flores de distintos colores. Las calles son un verdadero vergel.

Comimos en un bar a la entrada del metro unos buenísimos bocadillos y seguimos el recorrido. Nos dirigimos al centro del antiguo Berlín comunista: plaza Alexander (en donde hay un alto edificio acristalado desde cuya terraza se lanza gente practicando un deporte que no se que nombre tendra)

y la torre de televisión (el edificio más alto de Berlín, en cuya cumbre hay un restaurante y se puede divisar la ciudad entera. Hacemos un rato de cola pero no llegamos a entrar. Nos dan hora para mañana y, finalmente, subirán mis compañeros de viaje mientras yo me quedo en la base contemplando una manifestación que parece pro-nazi).

Saliendo de este “pirulí”, fuimos caminando por grandes avenidas, en donde nos topamos con la Catedral, la mayor iglesia protestante construída en el siglo XIX, coronada con una cúpula imponente a 75 metros del suelo. No conseguimos entrar dentro porque era tarde y estaba cerrada.

Continuando nuestro paseo, pasamos por delante de la Iglesia de Santamaría, junto a bonitos jardines que preceden al Ayuntamiento Rojo (conocido así por el color de sus ladrillos), en los cuales encontramos unas grandes esculturas de Marx y Engels abandonadas ahí en medio, sin una sola luz que las iluminara y que conseguimos fotografiar gracias al flash de nuestras cámaras en medio de la más absoluta oscuridad.

Por ese gran paseo que introduce en el famoso paseo de los Tilos, pasamos por la insigne Universidad de Humboldt, donde impartió clases Einstein y a donde antes habían acudido como alumnos Marx y Engels; pasamos por el edificio de la Ópera, dejamos a la izquierda una inmensa plaza en cuyo fondo se encuentra la catedral de Santa Eduvigis; decenas de edificios de elegantes fachadas neoclásicas, que no sabemos identificar pero que le dan a la avenida un aire muy distinguido.

Agotados de tanto caminar, entramos en un buen restaurante a cenar y nos sorprendió que la cuenta no resultara diferente a la que podemos pagar aquí en cualquier restaurante sin pretensiones. Allí algunos probaron las famosas salchichas que sirven en una grandes ollas blancas, y que yo por supuesto ni olí.

Al salir de cenar, continuamos por el Paseo de los Tilos (Avenida Unter Den Linden) hasta acabar en el edificio más emblemático de Berlín: la Puerta de Brandeburgo, coronada por la diosa de la Victoria y sus cuatro caballos con el carro del triunfo.

La diosa mira hacia el Berlín Este y por detrás de esta grandiosa puerta pasaba el Muro de Berlín, (según se puede apreciar en fotografía de la época) desde 1961 hasta 1989.

Cerca de este lugar, ya en lo que era Berlín Oeste, hay amplios jardines que adorrnan el edificio del Parlamento Alemán (Reichstag), cuya cúpula de cristal puede ser visitada para observar la ciudad.

Nosotros no subimos y nos quedamos descansando por estos bonitos jardines, en donde se deplegaban multitud de pancartas ecologistas en un día en que muchas ONG alemanas aprovechaban el atractivo turístico del lugar para presentar sus reivindicaciones con acciones y representaciones lúdicas muy simpáticas. Gran cantidad de bancos esparcidos entre el césped y los árboles, nos invitaron a comer allí mismo unos bocadillos comprados en cualquiera de los puestos que hay por toda la ciudad.

Otro día lo dedicamos a visitar parte de la ciudad del antiguo Berlín Oeste: Posdamer Platz, el centro lleno de tiendas de lujo, con hoteles, grandes centros comerciales, edificios de arquitectura al último grito y donde nos sorprendió los restos de la antigua Iglesia Conmemorativa del Kaiser , que fue bombardeada durante la guerra y es todo un símbolo de la destrucción. Pero en lugar de demolerla por completo, dejaron esta torre y construyeron al lado unos edificios de lo más modernos, conocidos popularmente como la barra de labios y la polvera. En la “polvera” hay un pequeño altar y se ofician misas al parecer; en la “barra de labios” hay en su base una tienda de Comercio Justo. Todo este conjunto, visto por la noche, es impresionante. Los colores azulados de las cristaleras y el triste fragmento de iglesia destruída resulta emocionante.

Cerca de este conjunto, se halla la famosa escultura plástica Berlín, símbolo de la ciudad y que figura al comienzo de esta página.

Otra visita de interés especial es la que hicimos a la Isla de los Museos. Sabíamos que en alguno de ellos estaba el busto original de Nefertiti, pero no llegamos a saber en cual era. El museo que sí visitamos y que resultó todo un descubrimiento, fue el de Pérgamo. Allí pudimos admirar el Altar de Pérgamo, impresionante; una puerta de Mileto, maravillosa, y la puerta de Ishtar, una de las puertas de Babilonia. Indescriptible y único todo el conjunto.

Otro lugar que visitamos y que merece la pena fue la plaza en donde se encuentran dos catedrales exactas, una parece el espejo de la otra. Son la catedral francesa y la alemana y entre ellas un edificio neoclásico magnífico llamado el Mercado de los Gendarmes, hoy teatro de conciertos.

El último día lo dedicamos a conocer la ciudad de:

POSTDAM

La capital del estado de Brandemburgo, es conocida como el Versalles alemán porque ahí se encuentran los palacios de descanso construidos por el rey Federico II. Está a solamente media hora de Berlín y se puede llegar por el mismo metro o trenes de cercanías, que funcionan muy bien (aunque por la noche es fácil encontrar a gente con botellas de cerveza en la mano y completamente borrachos).

Nada más salir de la estación, hay diferentes autobuses turísticos que ofrecen por un módico precio una visita guiada por los palacios más espectaculares y conocidos. Tomamos uno de ellos porque no hay tiempo material de visitar esos lugares caminando además de que se puso a llover insistentemente y con fuerza.

Visitamos varios Palacios, entre ellos el más conocido es el de Sanssouci. Pudimos hacerlo solamente por fuera además de ver sus magníficos jardines y columnata en semicírculo con vistas a las antiguas ruinas romanas al fondo.

El último lugar visitado fue el Castillo Cecilienhof, que es una moderna residencia señorial a orillas del lago Heiliger See y en un estilo de flamante cottage inglés. Con cuidados jardines y hiedra o parra que toma un fuerte color rojo trepando por las paredes, contrasta con el verde intenso de los bosques que rodean este precioso espacio. Lástima que un lugar tan bello sirviera de punto de reunión de “los tres grandes”: Churchill, Truman y Stalin, para firmar la Declaración de Postdam, repartirse el mundo y decidir lanzar las bombas atómicas que devastaron Hiroshima y Nagashaki.

De vuelta a la ciudad, el autobús nos paseó por las tranquilas calles de Postdam, narrándonos los auriculares los años del dominio soviético, y viendo las buenas casas que habitaban sus militares. Acabamos por el barrio holandés y unas preciosas puertas de la ciudad muy bien conservadas.

Como el día era muy frío, ventoso y lluvioso, en el mismo autobús regresamos a la estación en lugar de quedarnos a pasear por esta tranquila ciudad.

El tercer viaje a Alemania, en general, ha sido muy agradable, los lugares visitados han merecido la pena. Realmente Berlín ofrece mucho más de lo que esperábamos.

Lo que más me emocionó del viaje: la puerta de Brandeburgo y la iglesia conmemorativa del Kaiser, por su belleza y también por todo lo que representan.

El regreso a Valencia resultó un poco accidentado porque el vuelo de Berlín a Frankfurt resultó muy desagradable por las fuertes turbulencias. Una de ellas nos hizo creer que el avión iba a caer.

De Frankfurt a Madrid bien, sin incidencias. Pero cuando llegamos a Madrid tuvimos que cruzarlo y pasar por la Castellana y Cibeles ¡en plena hora punta!.

No se podía esperar menos de un regreso a casa en ¡ martes y 13!

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